Camina despacio
para no llegar. Sabe que allá lejos, donde el sendero se diluye en la niebla,
comienza el bosque de las ánimas. Y tiene miedo. Aun así continúa. Algo
sobrehumano le empuja a andar en esa dirección, una fuerza descomunal —y a la
vez tan sutil— como la tierna voz de su madre llamándolo al oído. Un rechinar
de dientes marca su paso mientras imagina, expectante, lo que le espera. Sin
embargo, ese reencuentro fantasmal, amparado por el abrazo verdinegro de los
árboles, no sucederá esa noche. Se quedará acurrucado en la hierba, indefenso,
aguardando el milagro. Las ramas silbarán para él y acunarán su miedo. Las
fierecillas salvajes merodearán a su lado demostrándole quién manda. En la
tenebrosa oscuridad de la floresta, Kimbu no podrá cerrar los ojos.
Será al
despuntar el sol —mientras inicie, cabizbajo, el camino de regreso— cuando al
fin se le presente su madre, y le diga que ha superado la prueba, que es un
joven valiente, y que ya no la necesita.
Con este texto he quedado finalista en el
esta noche te cuento...
aquí podéis leer los textos ganadores y finalistas.