viernes, 31 de agosto de 2018

Huérfanos

(Este texto participa en Esta noche te cuentoinspirado en esta foto de Cristina García)


Mario se hace chiquitito, ínfimo, invisible. Sin embargo, nada cubre sus vergüenzas. Ni siquiera las sábanas ya limpias y tendidas al sol tras las cuales se esconde. Pepín ha salido corriendo a contárselo a los demás niños y ahora la nana Josefa lo busca por el patio al grito de: “¡Son cosas que pasan!” con ese tono condescendiente y chillón que tanto lo exaspera.
Le gustaría poder decir la verdad, pero las normas de la Institución son muy claras: “No se aceptan perros”. El día en que descubrieron al cachorrillo que Adela ocultaba debajo de la cama lo lleva como otras de las muchas cicatrices que le surcan el alma. Por eso le ha enseñado a Duque a acurrucarse entre sus pies bajo la colcha cuando vienen por la noche a apagar la luz; a no ladrar nunca; a traspasar sigilosamente durante el día cada puerta abierta hasta llegar al jardín y quedarse allí a esperar las sobras de comida que le llevará cuando pueda; a restregarse sobre las flores antes de volver al dormitorio para que, al abrazarlo en sueños, pueda sentir ese olor a madreselvas que le recuerda a su madre.





domingo, 15 de abril de 2018

El coleccionista

(Este texto participa en Esta noche te cuentoinspirado en esta foto de René Maltête)


Se quebró la noche y no fue el trueno el que dio el aviso. Un chillido agudo traspasó las paredes y la densa lluvia. Bajo el cartel de neón del burdel, las gotas formaban remolinos iridiscentes en los charcos y diluían la sangre que se escapaba del cuerpo amputado de la víctima.
Al llegar la policía, dos testigos admitían haber visto a un hombre alto huir por una de las calles aledañas, aunque nada dirían sobre la agresión que habían presenciado. Ante lo inexplicable, la gente calla. Eso lo sabía bien el inspector García, que no tardó en relacionar este caso con otros recientes, como el del anciano con aspecto de elfo al que habían arrancado las orejas.
Por la mañana las nubes se habían replegado cuando García se acercó a la casa de la joven asesinada. Una cola de sirena se secaba al sol. Ante una taza de té, la madre admitió que llevaba tiempo detrás de aquel desalmado que mutilaba a miembros de su comunidad,  pero que ya no habría que preocuparse por él. Fue entonces cuando el inspector reparó en los pantalones largos de mezclilla que colgaban del tendedero. De ellos sobresalía un pie.




lunes, 2 de abril de 2018

Haiku

Micropoesía finalista en Cuenta 140, con el tema Sexo y religión.


Junco que atiza
el viento vespertino;
vaivén promiscuo.




jueves, 8 de marzo de 2018

La de la esquina

(Este texto participa en Esta noche te cuentoinspirado en esta foto de Tom Waterhouse)


Soy la sombra de una niña perdida. Una mancha negra que se retuerce sobre sí misma intentando despegarse de las paredes, de los adoquines mugrientos, o de las tapas de alcantarilla. El reflejo burdo de algo que ya no existe, porque aquella chiquilla que se soltó solo un momento de la mano de su madre desapareció hace más de veinte años. Yo soy lo que queda de ella. Soy su sombra, pero también su cuerpo, demasiado usado y transitado, no solo por sus raptores. De la niña, sin embargo, nunca encontraron los restos.



viernes, 19 de enero de 2018

1890

Las señoritas Mc Morrison caminaban a paso ligero por la acera casi desierta cuando un fotógrafo se cruzó en su camino. Olivia le dirigió una breve mirada a la cámara. No imaginaba que su rostro amargado e inquisidor quedaría eternamente encerrado en las dos dimensiones de un papel. Tampoco podía suponer que su hermana Victoria planeaba guardar la fotografía, junto a la de su hermano el cura y la de sus severos padres, dentro de un brillante camafeo, con la intención de que pendiera oscilante entre sus pechos mientras se balanceaba desnuda sobre su amante. 




Este microrrelato participa en la propuesta de 
Fotografía de Carl Størmer


martes, 16 de enero de 2018

Terror ciego

(Este texto participa en Esta noche te cuentoinspirado en esta foto de Thomas Hoepker)

El que está sentado a mi derecha lleva tiempo mirándome. Lo sé porque me arde la mejilla y me palpita la oreja. Los cuchicheos de la gente indican que llama mucho la atención. Antes, cuando me acerqué a la barra para pedir este imbebible café pastoso, me choqué con él. Me extrañó el tejido áspero y acartonado de sus ropas, que desprendían ese olor a alcanfor tan característico de lo largamente guardado. Quizás lleva puesto un traje antiguo, o uno de esos atuendos estrafalarios que usan en la ópera. O tal vez un disfraz, como el que guardaba el tío Bill en el arcón de la buhardilla desde su época de clown, y que el bellaco de Jimmy se ponía las noches que me quedaba a dormir en su casa. Sabía de mi terror por los payasos. Recuerdo la última vez que lo vi: la tela larga de rombos, los volantes almidonados del cuello y ese sombrerito ridículo que le caía sobre la cara blanqueada, que ya no era la de mi primo, sino una máscara con las cuencas vacías, que venía hacia mí exigiendo llenarlas. 
Mientras remuevo el café, me siento observado por mis propios ojos.